Fecha de publicación
1 diciembre 2021
Hace casi dos años, se nos advirtió de la inminente expansión pandémica del SARS-CoV-2. Después de un año, tenemos una mejor comprensión de las características antigénicas, el ciclo replicativo y el genoma del SARS-CoV-2. También se ha confirmado la alta transmisibilidad de este virus a través de aerosoles. Como ya sabemos, este factor aumenta el riesgo de contagio en ambientes interiores, incluso si se mantienen distancias seguras. Esto significa que son necesarias medidas preventivas más estrictas, especialmente entre los profesionales de la salud, dado el riesgo al que están expuestos en su práctica clínica.
El diagnóstico de COVID-19 se ha incrementado con la incorporación de pruebas rápidas que detectan antígenos virales o anticuerpos aglutinantes, mejorando así la detección en las fases aguda o convaleciente. La sensibilidad y especificidad de cada prueba depende del estadio de infección y tiene un período efectivo máximo, más allá del cual sus resultados pueden ser erróneos. Cada prueba, por lo tanto, debe seleccionarse de acuerdo con el tiempo y las circunstancias.
El estándar de oro terapéutico actual es la oxigenoterapia, especialmente la de alto flujo. Esta terapia se ha convertido en una modalidad imprescindible y es evidente la necesidad de desarrollar unidades de cuidados respiratorios intermedios para evitar las complicaciones y la mortalidad de la intubación orotraqueal.
Afortunadamente, en contraste con el escaso progreso en el tratamiento médico, varias vacunas han sido autorizadas en sólo 10 meses (se incluyen las vacunas de Pfizer, Moderna, Astra-Zeneca, CureVac, Janssen, Gamaleya, Novavax).
Las vacunas actuales son seguras y muy eficaces, aunque se desconoce la duración de la inmunidad. Tampoco se sabe si evitarán enfermedades o infecciones al evitar la transmisión de las personas vacunadas. Toda la evidencia sugiere que necesitaremos recibir más de una vacuna.
La COVID-19 puede causar síntomas persistentes en los pacientes (fatiga, debilidad muscular, dificultad para dormir, ansiedad o depresión), sin embargo, las complicaciones a largo plazo siguen sin conocerse. En la fase aguda, esta infección ha puesto fin a la asistencia sanitaria humanizada y ha obligado a los hospitales a restringir, o incluso prohibir, las visitas de pacientes. A pesar de los esfuerzos por mejorar la capacidad de respuesta de los centros de salud y los hospitales, la pandemia está generando retrasos en la atención sanitaria y limitando la participación activa de los usuarios. Siempre que ha sido posible, el cambio a la telemedicina se ha acelerado, pero ¿estamos preparados?
Después de un año, podemos decir que las acciones asociadas con la seguridad y el tratamiento de COVID-19, para que sean efectivas, deben estar respaldadas por la evidencia y la ciencia. La “política basada en evidencias” debe contar desde el principio con la colaboración de todos los actores involucrados en los retos actuales y futuros. Además del impacto en la población en general, los efectos en los profesionales de la salud comienzan a hacerse sentir, dada la acumulación generalizada de horas de trabajo, infecciones y, no menos importante, sufrimiento moral.
Ana Mayoral, Directora Médica de OXIGEN salud.
(Nº colegiada: 44030 - Col·legi Oficial de Metges de Barcelona)